DÍA 19 DE DICIEMBRE
LOS ABUELOS, UNA GRACIA Y UNA MISIÓN.
LECTURA BIBLICA:
Lectura
del santo evangelio según san Lucas
(Lc 2,25-27.36-38).
Había en
Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que esperaba el
consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría
antes de ver al Mesías enviado por el Señor.
Vino, pues, al
templo, movido por el Espíritu y, cuando sus padres entraban con el niño Jesús
para cumplir lo que mandaba la ley, 28 Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a
Dios…
Había también una
profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, que era ya muy anciana.
Había estado casada siete años, siendo aún muy joven, y después había
permanecido viuda hasta los ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo,
dando culto al Señor día y noche con ayunos y oraciones.
Se presentó en
aquel momento y se puso a dar gloria a Dios y a hablar del niño a todos los que
esperaban la liberación de Jerusalén.
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN. LOS ABUELOS, UNA GRACIA Y UNA MISIÓN.
Escuchemos como
el Papa Francisco nos habla de los abuelos:
«Es verdad que la sociedad tiende a descartarnos, pero ciertamente
el Señor no. El Señor no nos descarta nunca. Él nos llama a seguirlo en cada
edad de la vida, y también la ancianidad contiene una gracia y una misión, una
verdadera vocación del Señor. La ancianidad es una vocación. No es aún el
momento de “abandonar los remos en la barca”. Este período de la vida es
distinto de los anteriores, no cabe duda…
El Evangelio viene a nuestro encuentro con una imagen muy hermosa,
conmovedora y alentadora. Es la imagen de Simeón y Ana, de quienes se habla en
el Evangelio de la infancia de Jesús escrito por san Lucas. Eran ciertamente
ancianos, el “viejo” Simeón y la “profetisa” Ana que tenía 84 años. Esta mujer
no escondía su edad. El Evangelio dice que esperaba la venida de Dios cada día,
con gran fidelidad, desde hacía largos años. Querían precisamente verlo ese
día, captar los signos, intuir el inicio. Tal vez estaban un poco resignados, a
este punto, a morir antes: esa larga espera continuaba ocupando toda su vida,
no tenían compromisos más importantes que este: esperar al Señor y rezar. Y,
cuando María y José llegaron al templo para cumplir las disposiciones de la
Ley, Simeón y Ana se movieron por impulso, animados por el Espíritu Santo (cf.
Lc 2, 27). El peso de la edad y de la espera desapareció en un momento. Ellos
reconocieron al Niño, y descubrieron una nueva fuerza, para una nueva tarea:
dar gracias y dar testimonio por este signo de Dios. Simeón improvisó un
bellísimo himno de júbilo (cf. Lc 2, 29-32) —fue un poeta en ese momento— y Ana
se convirtió en la primera predicadora de Jesús: «hablaba del niño a todos lo
que aguardaban la liberación de Jerusalén» (Lc 2, 38)…
La oración de los ancianos y los abuelos es don para la Iglesia,
es una riqueza. Una gran inyección de sabiduría también para toda la sociedad
humana: sobre todo para la que está demasiado atareada, demasiado ocupada,
demasiado distraída… Necesitamos ancianos que recen porque la vejez se nos dio
precisamente para esto. La oración de los ancianos es algo hermoso.
Podemos dar gracias al Señor por los beneficios recibidos y llenar
el vacío de la ingratitud que lo rodea. Podemos interceder por las expectativas
de las nuevas generaciones y dar dignidad a la memoria y a los sacrificios de
las generaciones pasadas. Podemos recordar a los jóvenes ambiciosos que una
vida sin amor es una vida árida. Podemos decir a los jóvenes miedosos que la
angustia del futuro se puede vencer. Podemos enseñar a los jóvenes demasiado
enamorados de sí mismos que hay más alegría en dar que en recibir. Los abuelos
y las abuelas forman el “coro” permanente de un gran santuario espiritual,
donde la oración de súplica y el canto de alabanza sostienen a la comunidad que
trabaja y lucha en el campo de la vida».
DESCARGA LA NOVENA AQUÍ
0 comentarios:
Publicar un comentario