9º DÍA DE NOVENA
DÍA 24 DE DICIEMBRE
SE HIZO NIÑO EN UNA FAMILIA
LECTURA BIBLICA:
Lectura
del santo Evangelio según San Mateo
(Mt 1, 18-25).
El nacimiento de
Jesús, el Mesías, fue así: su madre María estaba prometida a José y, antes de
vivir juntos, resultó que esperaba un hijo por la acción del Espíritu Santo.
José, su esposo,
que era justo y no quería denunciarla, decidió separarse de ella en secreto.
Después de tomar
esta decisión, el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: –José,
hijo de David, no temas aceptar a María como tu esposa, pues el hijo que espera
viene del Espíritu Santo.
Dará a luz un
hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los
pecados.
Todo esto sucedió
para que se cumpliera lo que había anunciado el Señor por el profeta: La virgen
concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Emmanuel (que
significa: Dios con nosotros).
Cuando José se
despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado: recibió a
su esposa y, sin tener relaciones conyugales, ella dio a luz un hijo, al que
José puso por nombre Jesús.
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN. SE HIZO NIÑO EN UNA FAMILIA.
Hoy es Nochebuena
y todos celebramos el gran acontecimiento de nuestra fe: El Hijo de Dios se
hace un niño por amor a nosotros y para salvarnos del pecado y la muerte
eterna. Y se hace niño en una Familia.
«La Encarnación del Hijo de Dios abre un nuevo inicio en la
historia universal del hombre y la mujer. Y este nuevo inicio tiene lugar en el
seno de una familia, en Nazaret. Jesús nació en una familia. Él podía llegar de
manera espectacular, o como un guerrero, un emperador… No, no: viene como un
hijo de familia. Esto es importante: contemplar en el belén esta escena tan
hermosa.
Dios eligió nacer en una familia humana, que Él mismo formó. La
formó en un poblado perdido de la periferia del Imperio Romano. No en Roma, que
era la capital del Imperio, no en una gran ciudad, sino en una periferia casi
invisible, casi más bien con mala fama. Lo recuerdan también los Evangelios,
casi como un modo de decir: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?» (Jn 1, 46).
Tal vez, en muchas partes del mundo, nosotros mismos aún hablamos así, cuando
oímos el nombre de algún sitio periférico de una gran ciudad. Sin embargo,
precisamente allí, en esa periferia del gran Imperio, se inició la historia más
santa y más buena, la de Jesús entre los hombres. Y allí se encontraba esta
familia.
Jesús permaneció en esa periferia durante treinta años. El
evangelista Lucas resume este período así: Jesús «estaba sujeto a ellos» [es
decir a María y a José]. Y uno podría decir: «Pero este Dios que viene a
salvarnos, ¿perdió treinta años allí, en esa periferia de mala fama?». ¡Perdió
treinta años! Él quiso esto. El camino de Jesús estaba en esa familia. «Su
madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría,
en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» (2, 51-52). No se habla
de milagros o curaciones, de predicaciones —no hizo nada de ello en ese
período—, de multitudes que acudían a Él. En Nazaret todo parece suceder
“normalmente”, según las costumbres de una piadosa y trabajadora familia
israelita: se trabajaba, la mamá cocinaba, hacía todas las cosas de la casa,
planchaba las camisas… todas las cosas de mamá. El papá, carpintero, trabajaba,
enseñaba al hijo a trabajar. Treinta años. «¡Pero qué desperdicio, padre!». Los
caminos de Dios son misteriosos. Lo que allí era importante era la familia. Y
eso no era un desperdicio. Eran grandes santos: María, la mujer más santa,
inmaculada, y José, el hombre más justo… La familia.
Cada familia cristiana —como hicieron María y José—, ante todo,
puede acoger a Jesús, escucharlo, hablar con Él, custodiarlo, protegerlo,
crecer con Él; y así mejorar el mundo. Hagamos espacio al Señor en nuestro
corazón y en nuestras jornadas. Así hicieron también María y José, y no fue
fácil: ¡cuántas dificultades tuvieron que superar! No era una familia
artificial, no era una familia irreal. La familia de Nazaret nos compromete a
redescubrir la vocación y la misión de la familia, de cada familia. Y, como
sucedió en esos treinta años en Nazaret, así puede suceder también para
nosotros: convertir en algo normal el amor y no el odio, convertir en algo
común la ayuda mutua, no la indiferencia o la enemistad. No es una casualidad,
entonces, que “Nazaret” signifique “Aquella que custodia”, como María, que
—dice el Evangelio— «conservaba todas estas cosas en su corazón» (cf. Lc 2,
19.51). Desde entonces, cada vez que hay una familia que custodia este
misterio, incluso en la periferia del mundo, se realiza el misterio del Hijo de
Dios, el misterio de Jesús que viene a salvarnos, que viene para salvar al
mundo. Y esta es la gran misión de la familia: dejar sitio a Jesús que viene,
acoger a Jesús en la familia, en la persona de los hijos, del marido, de la
esposa, de los abuelos… Jesús está allí. Acogerlo allí, para que crezca
espiritualmente en esa familia. Que el Señor nos dé esta gracia» (Papa Francisco. Catequesis 17/12/2014).