CUARTO DOMINGO DE CUARESMA.
“YO HE VENIDO… PARA QUE LOS CIEGOS VEAN, Y LOS QUE VEN QUEDEN CIEGOS”
“YO HE VENIDO… PARA QUE LOS CIEGOS VEAN, Y LOS QUE VEN QUEDEN CIEGOS”
“Yo soy la luz del mundo” dice Jesús (cf. Jn 9,1-41).
Para eso ha venido a este mundo envuelto en las tinieblas del pecado y la falta
de amor: para que esa Luz brille, para que en su presencia viva conozcamos al
Padre y experimentemos su amor; para que conocerle sea vivir ya la Vida Eterna
arrancándonos de la ceguera de este mundo, que nos esclaviza a vivir con la
esperanza puesta sólo en esta vida terrena.
Jesús, el Mesías, con su presencia y su Palabra
quiere, en esta Cuaresma, iluminar nuestra vida, nuestro interior y hacernos
reconocer que aún hay mucha oscuridad por iluminar. Reconocer que estoy ciego y
que necesito de su luz para ver mi vida desde su amor, para ver a los demás y
al mundo con sus ojos y su corazón, y ya no con mi mirada egoísta, pesimista o
indiferente (cf. 1Samuel 16,1b.6-7.10-13a). Quiere tocar, mis ojos (mi fe) y mi
corazón (mi amor) con sus propias manos; hacerme su testigo en medio de este
mundo ciego que aún no le conoce.
Creer que “ya soy bueno”, que “ya estoy convertido”,
que “ya conozco a Dios”, que “no necesito en nada cambiar”, que “yo sé que
tengo la razón”, que “yo estoy en la verdad”, que “tengo fe”, que “son los
demás los que se tienen que pasar a mi bando”, que “son otros los pecadores que
se tienen que convertir”…; es permanecer en la ceguera de la soberbia, de la
autosuficiencia, de la perfección mal entendida que me hace mirar por encima de
los hombros a los demás e incluso llegar a rechazarlos y hasta despreciarlos
porque “son pecadores que no se quieren convertir”.
Sólo unidos al Señor, desde el encuentro con Él y
habiendo experimentado su misericordia que nos salva, que limpia nuestra mirada,
que transforma nuestro corazón para amar; es que nos hace vivir como hijos de
la luz (cf. Ef 5,8-14) manifestando con nuestros gestos y palabras los frutos
de una vida totalmente nueva. Dejemos que Él se acerque y nos cure, que nos
despierte y nos saque de las tinieblas; que Él sea nuestra Luz.