La oración es una de las
actitudes que se nos invita a vivir en Cuaresma. No “para rezar más” solamente,
sino para volver a la esencia de la oración que es la amistad-unión con Dios.
Jesús, nuestro modelo de vida, “sube a un monte elevado” -lugar de encuentro
con Dios por excelencia en la Biblia-. Busca en el momento decisivo de su vida el
diálogo con el Padre que le confirme su identidad y misión (cf. Mt 17,1-9).
Su oración
es vital: Conversa con Moisés y Elías, que son la imagen de la Ley y los
profetas; es decir, que indaga desde la Sagrada Escritura la voluntad de Dios
para él. ¿Cuál es esa voluntad? Lucas dirá que “conversaban con él de su
partida que debía cumplirse en Jerusalén” (cf. Lc 9,28-36). Jesús encuentra que
su vida y su misión se orientan a entregar la vida por amor a la humanidad.
Esa oración
de Jesús no es un tranquilizante ni crea en él, como es la tentación
de Pedro, una actitud estática, sino más bien dinámica, acuciante y hasta
conflictiva por buscar y hacer la voluntad de Dios. Pero, también, hay Escucha, y lo oyen también sus
discípulos, de la voz del Padre. Hay ese encuentro personal, afectivo y único que cautiva el corazón y lo
seduce a abrazar esa voluntad de Dios. Porque no basta con saber cuál es la
voluntad de Dios sobre mí, sino quererla de todo corazón, abrazarla y decidirme
a vivirla con todas las consecuencias. Y ese fruto sólo se logra cuando mi
corazón en la oración se ha dejado seducir, cautivar, enamorar por Dios. Pues
la obediencia es la flor innata del amor.
Jesús baja del monte, como en su tiempo partió Abraham
a donde le había ordenado Yahvé (cf. Gn 12,1-4). Invita a Pedro, Santiago y
Juan a no quedarse sumidos en lo maravilloso de esa oración que han
contemplado. Pues la auténtica oración me llevará siempre a volver a nuestro
quehacer cotidiano a vivir su voluntad, con un deseo siempre más fuerte de comprometerme
con el mundo en el que vivo; volver con mayor fuerza de seguir amando y dejar a
un lado el mal; volver con la esperanza renovada a seguir adelante aún en medio
de tantas dificultades y tentaciones (cf. 2 Tm 1,8b-10); “volver a la realidad”
con una misión: Dar la vida dedicándonos con mayor ahínco en formar apóstoles-testigos
de su inmenso Amor por la humanidad.
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