Primer Domingo de Cuaresma
La Cuaresma “es un tiempo oportuno, favorable”, en el
que como Iglesia hacemos un alto en el camino para revisar, reflexionar,
corregir, enderezar nuestra vida como discípulos misioneros de Jesucristo, a la
luz de su Palabra.
Dios nos creó para vivir en su amistad y con Él gozar
del paraíso (cf. Gn 2,7-9;3.1-7). Al no hacerle caso, al no escucharle y seguir
la tentación, en lugar de tener la Vida la perdemos miserablemente y nos vemos
desnudos y avergonzados de nosotros mismos por el pecado cometido y se rompe la
relación con los demás en un enfrentamiento mortal. Es Cristo quien nos da la
salvación, el que nos devuelve la Vida con su obediencia hasta la muerte y
resurrección (cf. Rm 5, 12-19).
Para nosotros hoy es un camino constante de
conversión, el vivir dejando “que Dios sea Dios en nuestra vida”. En esta
Cuaresma es aún más vital entrar en el desierto como Él; para con Él, por Él y
en Él vencer las tentaciones que acosan nuestra vida nueva (cf. Mt 4, 1-11).
Ante la tentación de alimentar mi corazón de los
gustos y placeres de este mundo que llegan a ser piedras y no pan que alimenta,
llegar a aprender a saborear al encuentro con Dios, el gusto por la Palabra que
sale de su boca. A la tentación de manipular a Dios a tu antojo, con una falta
de sensibilidad a su presencia personal y viva. Presencia que se duele de verte
en el pecado. Al que no le da igual que vivas cerca o separado de él o que
pongas en práctica su palabra o no. Que aprendamos a vivir con el auténtico
Dios y Padre nuestro que desea a todos sus hijos e hijas vivan en Casa. Y a la
tentación del poder y las riquezas, que buscan que le demos la espalda a Dios y
nos arrodillemos como esclavos denigrando nuestra vida; buscar en primer lugar
el Reino de Dios que lo demás se nos dará por añadidura. No hay hombre o mujer
más grande y libre que aquella de rodillas delante de Dios que nos da la
dignidad de ser sus hijos y no esclavos.
Es un “tiempo de gracia” para examinar en diálogo
vivo con nuestro Dios, en el desierto -dejándonos guiar por las lecturas de la
liturgia eucarística de cada día-, dónde
está puesto nuestro corazón; cómo estoy viviendo el mandamiento del amor que
nos has legado como signo de que somos tus discípulos; si hay sinceridad en el seguimiento
de su Hijo y deseo de conversión para identificarme con Él, revisando los
intereses que realmente me mueven; de tal forma que con nuevo impulso me decida
a vivir su Palabra, desde la escucha atenta en la oración, hasta llegar a ser
ese discípulo misionero que desea de mi.
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