No sólo existe un agua
que sacia la sed en el desierto y evita la muerte (cf. Ex 17,3-7). Existe
también un agua que da la vida eterna: Cristo (cf. Jn 4,5-42). Él, es el agua
que busca el corazón humano para saciar su sed de amor y felicidad; armonía,
reconciliación y paz. Sed de una vida nueva y plena. Cristo nos la ofrece. Él
mismo toma la iniciativa invitándonos a darle de beber, darle de nuestra agua,
de la que hasta ahora hemos bebido.
Esas aguas y sus pozos
son muchos en medio de este mundo que prometiéndonos la vida feliz nos
esclavizan: tener riquezas, disfrutar de tantos placeres como puedas, vivir
como quieras y como si Dios no existiera, ensimismado y egoísta en tus propios
intereses sin ver las necesidades de tu alrededor, una fe “light” y una
“religión a la carta” donde tomas lo que quieras y más se te acomode a tu gusto
e interés... Tantos pozos que no sacian. “Señor,
nos creaste para ti y nuestro corazón no hallará sosiego hasta que no descanse
en ti” (S. Agustin).
“Dame de beber”, es la
propuesta de Jesús a ese “corazón Samaritano” del ser humano. Dame esa agua y
toma la que Yo te voy a dar. Ábreme tu corazón, sé sincero contigo mismo en esta
cuaresma y reconoce que son muchos los pozos donde andas buscando y quizá aún
no te has acercado a beber del agua de Aquel, que se convertirá en ti en un
manantial capaz de darte Vida Eterna, la vida plena que deseas. Más, es
necesario no endurecer el corazón (cf. Sal 94), no cerrarme a tu voz y tu
presencia, Señor. No tener miedo a presentarte un corazón arrepentido, contrito
y humillado; pero, a la vez, esperanzado que en Ti lo está encontrado todo; que
Tú nos has amado cuando aún éramos pecadores (cf. Rm 5,1-2.5-8).
“Soy Yo, el que habla
contigo”, no esperes ni busques a otro que te pueda ofrecer la Vida nueva y
plena que quieres. Aquella mujer lo vio y lo escuchó; sobre todo, abriendo su
corazón bebió de esas palabras, de ese amor que Cristo le estaba brindando, un
amor inmensamente misericordioso ante el cual ella reconoce su pecado, pero que
se siente profundamente amada, salvada, reconciliada con Dios.
Así, plenamente feliz, como nunca antes lo
había experimentado corre a anunciar al pueblo dónde está el pozo, o mejor,
quién es el agua viva que sacia la sed que todos buscan. Y su mayor dicha será,
cuando vea y escuche: “nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que Él es, de
veras, el Salvador del mundo”.
0 comentarios:
Publicar un comentario